Podría haber elegido otro libro, pero a los 18 años Antonio Gandur comenzó a hojear uno de Introducción al Derecho y eso definió su inclinación por la Abogacía. "Leí algunos capítulos y me gustó", dice encogiendo los hombros. Se inscribió en la facultad en 1953 y se recibió en el 57. Al año siguiente viajó a Río Negro a trabajar en Rentas, pero se volvió porque el ejercicio de la profesión en ese lugar le estaba pareciendo muy limitado. A sus 79 años ocupa uno de los cargos más altos a los que puede aspirar un abogado del Poder Judicial: es vocal de la Corte Suprema. También fue docente de Economía Política en la UNT, y hasta que ingresó a los Tribunales, en 1991, ejerció su profesión en un estudio durante 38 años.
El apellido, reconoce su hijo Sergio, de 51 años, siempre significó una gran responsabilidad y mucha presión. Él es camarista en lo Contencioso Administrativo. "Siempre nos dijo que no quería que estudiáramos abogacía, pero yo sospecho que no lo decía en serio", dice Sergio, mientras su padre se ríe. De los tres hijos de Antonio, dos son abogados (uno vive en Bariloche) y una es médica laboral.
Recuerda Sergio que cuando trabajaban juntos en el estudio, su padre siempre le repetía la misma frase: "Los expedientes no tienen patas, no caminan". Esto era para que no les perdieran pisada y no dejaran que las causas se estancasen.
"La única diferencia que tenemos es que él es de Racing y yo de Estudiantes", bromea Antonio cuando le preguntan si se consultan y están de acuerdo en todo, y con eso sacude la solemnidad que rodea su imagen y que se refuerza con el generoso despacho en el edificio emblemático de la Justicia con un escritorio de madera lustrada, piso de parquet y un ventanal con cortinas blancas largas por las que se cuela la luz de afuera.
Cuando compara el ejercicio del Derecho a lo largo de estos años, no le queda más alternativa: reconoce que antes había menos competencia, por lo tanto era un poco más fácil. "También la atención en los tribunales eran más ágil y eficiente. Los decretos de los señores jueces salían en un día, mientras que ahora vemos que tardan hasta 20 días", explica.
¿Y el descanso? Por ahora aprovecha las horas libres para leer novelas policiales. Confiesa que se enganchó con la trilogía de Stieg Larsson (encabezada por "El hombre que no amaba a las mujeres") y que siempre tiene a mano las tragedias griegas.